Muchas veces, la mayoría de hecho, no es posible elegir el horario más adecuado para la conducción. Las responsabilidades apremian e imponen sus propias condiciones de las que resulta inviable escapar. Sin embargo, existen preciadas ocasiones en las que se puede ejercer ese poder de elección…pero ¿ que es mejor? conducir de día o de noche?
Evidentemente todo tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Viajar durante el día permite disfrutar de una mayor visibilidad pero la noche reduce notablemente el tráfico. Sin embargo, las cifras apuntan a que, a pesar de unas carreteras menos transitadas, el horario nocturno concentra un mayor índice de mortalidad.
Lo que marca la diferencia es precisamente la falta de luz y, por tanto, la ausencia de un control visual adecuado. Y es que la visibilidad no deja de ser una de las herramientas más importantes para conducir con seguridad. Es decir, se puede manejar el volante incluso si se padecen ciertas limitaciones físicas pero no si estas afectan a la vista. Ver es crucial e imprescindible.
A ello se suma que, de noche, la fatiga acumulada es mayor, de ahí que la capacidad de reacción se vea mermada y, por tanto, se incrementen también las posibilidades de sufrir algún percance. Igualmente el tráfico de animales de hábitos nocturnos se ve aumentado, lo cual se traduce en que el riesgo de atropellar alguno queda multiplicado por cuatro.
A pesar de todo el horario más complicado y arriesgado para conducir se sitúa en el anochecer y el amanecer. Estas franjas horarias concentran una gran densidad de tráfico, una escasa visibilidad y bajo nivel de atención (ya que coincide con el recién despertar o con el cansancio tras el esfuerzo de todo el día). Por todo ello, son momentos en los que, de tener que viajar inexorablemente, se recomienda mantener un estado de alerta todavía mayor del habitual.
En otras palabras…para coger el volante…mejor el día.
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