La llegada del invierno con sus bajas temperaturas suele esperarse con numerosos sacos de sal preparados para ser esparcidos por las carreteras y así evitar las placas de hielo. Una medida de seguridad necesaria para disolver la nieve que también tiene su lado negativo…
De hecho, su uso perjudica el medioambiente y la conservación de infraestructuras como señales, guardarraíles, farolas…e incluso los propios vehículos. No en vano se trata de un producto muy corrosivo que acelera los procesos de oxidación y deterioro de los metales. Por suerte, los fabricantes automovilísticos protegen cada vez más los coches frente a los destructivos efectos de la sal con pinturas antióxido o galvanizado las piezas de acero de la carrocería.
Pese a todo, no es para nada conveniente que la sal disuelta en agua permanezca largo tiempo en contacto con las partes exteriores del vehículo, ya que puede acabar afectando de algún modo a su estado. Puede apagar el brillo y el color de la chapa, dañar las llantas y los otros componentes de metal así como el el tubo de escape.
Dado que es inevitable que la sal disuelta en el agua salpique los bajos, las llantas o la carrocería del vehículo, es importante tomar medidas preventivas (como proteger la pintura y llantas con una película de cera) o eliminarla lo antes posible. Lo más aconsejable es realizar esta operación con pistolas o lavado de agua a presión que incidan en los pasos de rueda y en los brazos de suspensión. Pero, bajo ningún concepto, debe realizarse la limpieza de sal en seco ya que rayaría la pintura.
En definitiva, circular por carreteras que han sido rociadas de sal para asegurar su viabilidad implica la necesidad de realizar una limpieza posterior y lo más inmediata posible del vehículo para evitar posibles daños. Un pequeño gesto que puede evitar averías innecesarias.
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Fuentes: la vanguardia. Imagen: Pixabay