Que tu coche desprenda un cierto hedor u otro puede resultar clave a la hora de identificar el tipo de avería que está experimentando. Y es que, más allá de que pueda necesitar un golpe de aire fresco, los diferentes olores están relacionados con problemas mecánicos específicos que requieren la intervención de un profesional.
Por ejemplo, el olor a gasolina (o gasoil) puede indicar una fuga en el sistema de combustible o en el peor de los casos, un sistema de emisiones seriamente dañado. Cuando la pestilencia recuerda a la de los huevos podridos, es necesario echar un vistado al catalizador, responsable de la reducción de emisiones contaminantes del motor, que podría no estar funcionando correctamente. Es decir, que no esté convirtiendo de manera adecuada el azufre presente en la gasolina. Este fallo, de no someterse a una revisión inmediata, puede acabar en una reparación costosa e incluso quemando los bajos del vehículo..
Si huele a jarabe o caramelos podría tratarse de algún percance en el refrigerante. De hecho, si el indicador de temperatura en el cuadro de instrumentos comienza a subir y se desprende un fuerte olor acre y picante, lo más aconsejable es dejar de conducir. Sin refrigerante, el motor podría sufrir un sobrecalentamiento y griparse.
Cuando parece que huele a aceite quemado, el motor podría estar quemando lubricante en exceso. Si además viene acompañado de un humo azulado o gris seguramente indica que existe un fallo en algún punto del circuito o que el nivel de aceite es insuficiente. Y si el olor es parecido a caucho quemado, es posible que algún manguito o correa se esté apoyando en alguna zona caliente del motor o que la correa de distribución esté rota…entre otras.
Tampoco es buen indicador que huela a goma quemada (sin haber realizado ningún frenazo) lo cual, muy probablemente, tendrá que ver con las pastillas de freno. Y si el olor es parecido al moho y se intensifica al encender el aire acondicionado, hay que cambiar el filtro del habitáculo.
Artículo de Autofit.
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